Para vivir, hay que sufrir.

A pesar de intentarlo con todas tus fuerzas, de seguir consejos como: “sal y distráete”, “busca algo que hacer”, “intenta despejarte con el trabajo”…, no consigues sentirte bien.

Has leído libros de autoayuda, los más famosos, los últimos en salir al mercado, pero aun así, hay algo que sigue estando mal, el nudo en el estómago no desaparece y la ansiedad sigue presente.

Pues vengo a decirte, que es normal.

Vivimos en la sociedad de la inmediatez, del placer continuo, del usar y tirar. Hemos creado un mundo en donde el sufrimiento y dolor no tiene cabida. Y si no dime… ¿qué haces cuando estás en casa tranquilamente delante de un plato de comida viendo el televisor y aparece en las noticias, pongamos, por ejemplo, la guerra de Ucrania? Pues doy por supuesto, que cambias de canal.

Esto no significa que seas egoísta, que no te preocupe el sufrimiento humano, significa simplemente que no te apetece o no te gusta sufrir, como es normal. Cambiar de canal, no hará, por desgracia, que la guerra acabe, pues algo parecido suele pasar con nuestros pensamientos y emociones.

A pesar de hacer un esfuerzo por intentar evitar todo aquello que nos hace sentir mal, siempre acabamos sintiéndolo, el dolor no podemos guardarlo debajo de la alfombra, porque al final haremos una montaña de nuestras mierdas (con perdón), difícil de limpiar.

La palabra duelo, proviene del latín dolus, que significa dolor. Por tanto, enfrentarnos a la muerte de un ser querido, a un cambio de país, recibir un diagnóstico de una enfermedad crónica, hará que estemos en contacto con la pérdida en cualquiera de estos escenarios.

Escenarios que nos acercarán al dolor, dolor que no debemos de evitar, pues lo adaptativo, aquello que va a hacer que avancemos y que hará que el sufrimiento se vaya desvaneciendo, no es otra cosa que sufrir, no hay trucos, el duelo hay que vivirlo (menuda ironía).

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